domingo, 23 de febrero de 2014

¿Muerte natural?



5 de mayo de 1821. Isla de Santa Elena. Napoleón Bonaparte fallece a los 51 años de edad. Pero…
¿fue su muerte, natural? ¿o se trató de un asesinato bien organizado para darle una muerte lenta que
pasara desapercibida a los ojos del mundo? ¿el arsénico que se ha descubierto en el análisis de sus
restos fue suministrado por alguien o se lo tomó como medio para superar su depresión final?
Cada vez se están reuniendo más pruebas de que Napoleón fue, efectivamente, asesinado. La primera
de ellas, fue la extraída de un mechón de cabellos del emperador, con el que el Laboratorio Forense
del FBI en Washington y el Laboratorio de Investigación Nuclear de Londres han confirmado la
presencia de restos de arsénico. Gracias al Departamento de Medicina Forense de Glasgow,
además, se pudo determinar la proporción progresiva en que el arsénico entró en su cuerpo durante el
mes anterior a su muerte.

Sin embargo, esa gran cantidad de arsénico en su cuerpo no indica a ciencia cierta que alguien se lo
suministrara sin su consentimiento, pues en aquella época se usaba también, en pequeñas cantidades,
como droga que daba una sensación irreal de superioridad y fuerza. En medicina, además, se tomaba
arsénico contra los vómitos, contra el estreñimiento y contra la depresión.
No obstante, el propio Napoleón, en ninguno de sus escritos, hizo referencia a que tomara nada, y
además, era público su rechazo a las drogas de la época. Incluso en el diario de de Louis de
Marchand, su ayudante de cámara, se puedo leer que el 3 de mayo de 1821 se le administraron sin
su conocimiento o aprobación diez gramos de colomel. Lo normal en la medicina de aquélla época
era suministrar una dosis de un gramo, o, como mucho, dos gramos en casos extremos.
También se ha antojado misterioso una petición expresa de Bonaparte en el que le indicaba a su
médico que “luego de mi muerte, que presiento no muy lejana, quiero que abra mi cuerpo… Le
recomiendo que lo observe todo cuidadosamente durante su examen”.
Partiendo, por lo tanto, de la base de que efectivamente Napoleón tenía arsénico en su cuerpo, y de
que es improbable que lo tomara por su cuenta, lo que ha disparado el misterio de su muerte, es si
detrás de todo, hubo una trama intencionada con el fin de deshacerse de él. Y es que muchos eran los
interesados en que Napoleón no se recuperara.

La isla de Santa Elena, un lugar perdido e inhóspito. Una verdadera cárcel para un
incómodo huésped.. Allí fue enviado el Emperador, y recluido, junto con todo su séquito. Permanentemente vigilado por un
oficial inglés, Hudson Lowe, el emperador se sentía aislado, depresivo, y con continuos accesos de
cólera.

Según los diarios de algunos que le acompañaban, poco a poco Bonaparte fue cayendo en la tristeza.
El ambiente de la isla era tenso; por un lado, el oficial inglés, era implacable y duro; por el otro, su
séquito que se había visto abocado a vivir desterrado allí por culpa de su señor. Sus mejores amigos
lo fueron abandonando poco a poco. Los informes médicos señalaban el progresivo deterioro de su
salud. Empezaron a aquejarle enfermedades como el cólera, o la hepatitis. Incluso alguno recomendó
que lo sacaran de aquel ambiente inhóspito e insalubre, como hizo el médico irlandés O’Meary.
Napoleón estuvo incluso meses sin médico alguno que lo visitara y lo cuidara. Sin embargo, todos
aquellos informes médicos eran alterados o se perdían, e incluso, uno de los médicos que lo trató,
John Stokoe, fue llevado a un consejo de guerra por haberle diagnosticado una hepatitis crónica.
Entre terribles dolores que él mismo contaba en sus cartas… “un cuchillo clavado que alguien se
complace en remover”… Napoleón fue acercándose a su fin.

La autopsia que se practicó al cadáver, por el galeno Antommarchi (su último médico) se decantó
como motivo de la muerte por un cáncer de estómago. Curiosamente, lo primero que debería
observarse es que por un cáncer de este calibre, la persona que lo padece termina en un estado de
absoluta delgadez, y Napoleón murió muy gordo, casi hinchado.

Resumiendo, Napoleón murió enfermo, no sólo por el ambiente de la isla a la que llegó, ni por su
tristeza ni su soledad. Alguien administró arsénico al emperador, y una dosis final que posiblemente
fue la que provocó aquel acceso final. La mezcla de calomel que le suministraron, junto con
almendras amargas (sabor del arsénico) eran un cóctel letal muy conocido en aquella época. Además,
el tártaro emético que le dieron para los vómitos, casualmente, contribuía a esconder el sabor y el
olor de almendras amargas.

Los primeros responsables fueron sus médicos que, si es que no participaron, fueron incapaces de
encontrar la razón de su enfermedad. Tampoco su séquito podía dejar de ser sospechoso, no sólo por
le trato tiránico de Bonaparte, sino por haberse visto abocados a vivir en la isla, y por las ganas que
seguramente todos tenían a volver a Francia, cosa que ocurriría en cuanto Napoleón muriera.
Algunos, incluso, fueron beneficiados por el testamento de Bonaparte.

Y si esos son motivos más que suficientes, también lo son los políticos, pues la monarquía francesa
no quería dejar la posibilidad de que algún día Napoleón Bonaparte pudiera volver al poder.
Igualmente, la Corona británica estaba muy interesada en la muerte del Emperador, pues su
mantenimiento en la isla les costaba ocho millones de libras anuales.

Y como sospechosos materiales, siempre quedarán para la Historia, aquéllos que estuvieron en la isla
junto a Napoleón desde su llegada a Santa Elena y estuvieron con él hasta el final, pues el arsénico
debió administrarse lentamente y en sus comidas habituales: el general Montholon, el mariscal
Bertrand, su ayuda de cámara Marchand…

Pero Bartrand en los últimos años iba y venía al lugar de residencia del Emperador, por lo que sus
posibilidades eran menores; Marchand, por contar, se le consideraba un amigo fiel, e incluso su
madre trabajaba para la emperatriz María Luisa, por lo que difícilmente se atrevería a hacer algo en
contra de Bonaparte… queda Montholon, general, gracias al rey Luis XVIII (uno de los principales
interesados en que Napoleón despareciera y así asegurarse la Corona); los celos por las relaciones de
su esposa con Bonaparte (del que incluso nació una hija a la que llamaban “la Bonaparte” porque se
pensaba que era hija del Emperador y no de Montholon, sus deudas y la fortuna que recibiría del
testamento del Emperador…

Para los principales investigadores del caso, Charles-Tristán, conde de Montholon, quedará para
siempre, como el principal sospechoso del asesinato de Napoleón Bonaparte.

Javier Gómez

4 comentarios:

  1. Muestra todo ésto la crueldad de que son capaces los enfermos del poder unido a un extraño karma.
    Si tan solo una vez le dieran la oportunidad a la paz y la igualdad, la historia sería diferente.

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  2. A lo largo de la historia se han sucedido muchas muertes de forma violenta, siempre por intereses políticos.
    Interesante tu entrada. Te felicito Misterio.
    Un besazo y buen comienzo de semana.

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